SAN FRANCISCO DE SAN MIGUEL

 

El 15 de noviembre de 1545 recibía en La Parrilla, las aguas del bautizo Francisco de Andrada y Arco[1], difícilmente podrían pensar sus padres Francisco de Andrada (o Andrade) y Clara de Arco, labradores, que aquel hijo suyo alcanzaría la gloria de los altares. Aunque la fecha del nacimiento no se conoce con exactitud, podemos suponer que, según costumbre fuera el mismo día del nacimiento, retrasarle en torno a dos o tres días[2]. Por entonces, al no existir aún la Diócesis de Valladolid, estas tierras formaban parte de la de Palencia[3].

Desde niño mostró como una de sus mayores virtudes la caridad desmedida, compartiendo con los más necesitados lo que poseía, así como a las cosas relacionadas con la iglesia y el servicio a la misma, y la oración. Así lo expresa el Rvdo. P. Francisco Martín Martín: “Dulce y cariñosa índole manifestó el niño desde su infancia y una caridad tan extremada, que siendo todavía de muy pocos años, sentía un impulso tan vehemente de socorrer a los necesitados, que más de una vez, cuando se presentaba algún pobre a la puerta de su casa a pedir limosna en ocasión en que estaba él comiendo, aunque el manjar fuera de su gusto, se lo daba enseguida al pobre, no solamente repartiendo el alimento entre él y el necesitado, sino dándoselo por completo.

Donde mejor campeaba la virtud de Francisco, perfumada con el aroma de la más pura inocencia, era en la iglesia. Su angélica compostura, su rostro como transfigurado, su modestia y recogimiento, era cosa que ponía devoción a cuantos le contemplaban.

Este niño venturoso, dotado por el cielo de buen despejado entendimiento, de suma docilidad, de grande aplicación y de una modestia ejemplar, manifestó desde su más tierna edad, un gran amor a la virtud y una como natural aversión a todo lo malo.

Siendo todavía muy pequeño, ayudaba ya a su buen padre en los trabajos del campo, distinguiéndose de todos los muchachos de su edad por el amor al trabajo y al retiro y por su gran devoción a la Santísima Virgen.

Estas buenas cualidades que adornaban su alma, hacían que fuese mirado por todos los compañeros con cierta simpatía natural y con una gran confianza y respeto”.[4] 

En tiempos de revés para la familia por la perdida de cosechas, optó Francisco por ponerse al servicio de otros labradores más adinerados, primero en Medina del Campo y posteriormente en Valladolid, donde fue muy apreciado por sus amos debido a su laboriosidad y honradez, ésta última le llevaba a no hacer aquellas cosas que razonadamente no le parecieran justas, contestando a ello “eso no es de conciencia”, algo que mantuvo durante su vida monacal y que le llevó a ser conocido como Padre Conciencia.

En 1566[5], en un intervalo de pocos meses fallecerían sus padres. En su soledad pasaba horas llorando y rezando por las almas de sus difuntos padres, mientras seguía trabajando en las labores del campo. Resuelto a tomar los hábitos en la Orden de San Francisco, se presentó al Prelado del Convento de San Francisco de Valladolid, solicitando ingresar como lego. A finales de septiembre de 1566 tomaría el hábito en este convento vallisoletano. Durante su noviciado fue destinado al trabajo de la huerta y el aseo de la cocina y otras dependencias del convento. En 1567, al año de su entrada hizo Profesión en la Orden de los Hermanos Menores, recibiendo el nombre de Francisco de San Miguel, adoptando este nombre “de San Miguel” probablemente por el día en que profesó, esto es 29 de septiembre[6]. En su humildad prefirió el estado de hermano, feliz de consagrarse a los humildes servicios de la casa, que ejercía siempre con mucha alegría.

El deseo de Fr. Francisco tras profesar era el de imitar a los  legos de la primitiva religión franciscana, fr. Gil de Asís y Fr. Junípero de Asís. Con la licencia concedida por los superiores se trasladó Fray Francisco de San Miguel al Convento de los descalzos del Abrojo[7], donde previas las canónicas disposiciones, fue recibido y probado nuevamente con la mayor escrupulosidad conforme a las Constituciones redactadas por San Pedro Regalado: en este nuevo alcázar de las virtudes apostólicas, renovó los votos solemnes que ya tenía hechos; se entregó de lleno a la fiel observancia de cuanto en virtud de los mismos votos había prometido al Señor y agregado a esto el ayuno voluntario, la abstinencia, la maceración de su carne, la abnegación de su propia voluntad, sin desatender los cargos de la vida activa que le ordenaran, se hizo un verdadero retrato de los patriarcas que había propuesto por modelo en su modo de ser y obrar.

 En este Convento de tanta y tan severa rigidez, llegó a ser objeto de admiración y ejemplo para todos sus hermanos, dotados también de sólida virtud. La extremada pobreza del hábito con que cubría su mortificado cuerpo, siempre de los desechados como viejos, la modestia de sus miradas y la sencillez de sus palabras difundiendo santo horror al vicio y un gran amor a la virtud, no solo pudieron notar los que con él habitaban los claustros del Convento del Abrojo, sino que teniendo precisión de salir a los pueblos de Boecillo, Aldeamayor de San Martín, Laguna de Duero, Tudela de Duero, La Parrilla, Viana de Cega, La Cistérniga, Puente Duero y otros cercanos al Convento con motivo de las cuestaciones que periódicamente hacía para atender a las necesidades de la Comunidad, llegaron en poco tiempo a ser públicas y conocidas de todos, a pesar de su cuidado en ocultarlas. En este convento estuvo tres años, esto es desde finales de 1567 o principios de 1568 hasta 1570.

Deseando un convento de mayor austeridad intentó ingresar en alguno de los de la provincia de la Rábida. Así, con permiso del Provincial, partió en compañía de otro muy buen religioso, que también llevaba los mismos deseos, llamado fray Francisco de Cebreros, sacerdote[8]. En Lisboa se entrevistaron con el General de la Orden, éste no accedió a la petición justificando sus razones y fray Francisco de San Miguel fue al convento franciscano de la villa de Coca (Provincia de San José). Esto ocurría antes de la primavera del año 1571, fecha en la que acompañó al provincial al capítulo general de Roma, que comenzó el 2 de junio.

En este convento permaneció durante varios años hasta que se alistó en grupos misioneros. Ignacio Tellechea Idígoras indica que primeramente se alistó en uno en el año 1578 y más tarde en 1580. Una de estas expediciones era la que estaba dirigida por el Comisario Fray Pedro del Monte. Aparece alistado en Sevilla el 15-5-1581 entre los 17 misioneros[9] que embarcaron en la nave ‘San Cristóbal’ un mes después (13-6-1581).

Ya en México estuvo en el Convento Franciscano de San Cosme y San Damián, ejerciendo el cargo de portero, por él, la portería de este convento se convirtió en lugar donde los más necesitados obtenían ayuda del santo, siendo muy querido, sobre todo, por los niños. Durante su estancia en México coincide con la predicación de fray Pedro Bautista y con él permanecerá desde ese momento hasta su muerte en el mismo martirio.

Así en 1584 acompaña a fray Pedro Bautista a Manila donde permanecerá por espacio de nueve años, hasta mayo de 1593, pasando cinco años en Camarines y cuatro en Manila.

A los pocos días su llegada al Convento de San Francisco de Manila, recibe fr. Francisco nuevamente el cargo de portero, nuevamente se repetían las escenas de aquellos que iban a pedir auxilio, y al que por su bondad y caridad llamaron El Padre Bueno.

En este lugar, tanto Fray Pedro Bautista como fray Francisco de San Miguel fueron tenidos ya por santos. La oración, penitencia y el sacrificio eran las cualidades que destacaban en ellos, y su confianza en Dios fue respondida con algunos prodigios obrados. Santiago de Castro, presbítero y tesorero de la catedral de Manila, aparece como testigo (27 de junio de 1597) en el proceso promovido por fray Juan de Garrovillas sobre la vida y costumbres de los mártires. Gracias a este testimonio conocemos dos prodigios obrados por intercesión de fray Francisco de San Miguel. Así lo explica Santiago de Castro: “… y el dicho fray Francisco de San Miguel, vido este testigo que el ducho Padre, con ser lego, acudía a enseñar y catequizar a los naturales de aquella Provincia con mucho ferbor y caridad, y que en presençia de este testigo abiendo ydo a bautizar a una yndia ymfiel, que estava en muncho peligro, este testigo y el dicho Padre estando más de dos oras con ella para ber si bolbía en sí, porque estava sin habla, para bautizarla, e nunca pudo hablar aunque se hizieron las diligençias posibles, y en abriéndola, él hizo la (6r) señal de la cruz en la lengua, y luego la dicha enferma habló y rrezibió el bautismo. Y otra bez, el dicho padre fray Francisco enbió a llamar a este testigo con mucha prisa par mostrarle un yndio a quien abía picado una culebra de las que en picando muere la persona a quien pican; y a lo que se quiere acordar este testigo, porque ha muchos años que passó, fue para confesar e bautizar el dicho yndio, porque no se acuerda bien si era cristiano o infiel. Y abiendo llegado este testigo, bió al dicho yndio con la picadura en una pierna, de donde le salía mucha sangre y él estava muy fatigado y no podía hablar; y preguntando este testigo a los demás yndios qué culebra era la que le abía picado el dicho yndio, le rrespondieron que eran de las que matavan luego en picando. Y el dicho Padre fray Francisco, haziendo la señal de la cruz algunas bezes sobre la herida que tenía y poniéndole unos ajos, sin hazerle otra cosa ninguna, sanó luego de la dicha mordedura el dicho yndio[10].

Si las curaciones corporales causan admiración no menos sus virtudes. En el mismo proceso mencionado anteriormente, otro testigo, en este caso Fray Juan Maldonado, de la Orden de Predicadores, testificó en Manila el 27 de junio de 1597, acerca de Fray Francisco de San Miguel lo siguiente: “En lo que toca al padre fray Francisco de San Miguel, que por otro nombre y comúnmente le llamavan  en estas yslas fray Francisco Parrilla, dize este testigo que ha que le conoce quatro o çinco años, y que siempre bió en él una mortificaçión muy grande. Y tratando diversas bezes con Religiossos de su Horden  entendió de ellos que, aunque era fraile lego, le tenían por ejemplo y dechado de birtud; y así oyó desçir este testigo que como perssona de tanta santidad e birtud le encomendavan algunos sus perlados  sermones en el rrefitorio, en los quales se bestía de un espíritu de San Francisco para exortar a sus hermanos a la virtud y observancia rregular. Y que de mucho tiempo atrás trató de esta jornada del [Japón] y así començó a deprender la lengua aun antes que saliese de estas yslas, como pronosticando la merced que abía de rresçevir de la mano de Dios, de morir por la predicaçión de su fee y Ebangelio. Y sospecha este testigo que devió de tener prendas de esta merced que Dios le hizo de padesçer por su fee, porque su muncho deseo de aquella jornada juntamente con ser muy público que Dios le hazía munchas mercedes y rregalos en la oraçión, son argumento de el”.[11]

 

En este convento, ayudado de su buena memoria, se dedicó entre otras cosas a estudiar el idioma del país, consiguiendo su intento en poco tiempo, no teniendo otro fin este trabajo que la mayor gloria de Dios y poder ayudar algo en su humilde condición de lego a sus hermanos en la instrucción de los indios. Sucedió un día de San José, de quien era devotísimo Fr. Francisco, que habiendo concurrido multitud de indios a oír misa que él estaba ayudando, suplicó al Padre que la celebraba, le permitiese hablar a aquellos indios de las excelencias del Patriarca San José, y de su Santísima esposa la Inmaculada Virgen María; a lo que contestó el Religioso: “Como lo vas a hacer si apenas conoces el idioma”, y Fr. Francisco le respondió con acostumbrada humildad: “No importa hermano que puede ser que sepa”. Convino en ellos el Ministro y comenzó el sermón con algunas palabras que sabía de aquella lengua Bicol (que es la de aquellos isleños) y Dios le suministró las demás palabras del sermón, quedando completamente admirados sus oyentes. Y desde aquel día hablaba con perfección tan difícil idioma y aún mejor que los mismos naturales del país; y así por esto como por el interés  tan grande que tenía en enseñar la doctrina cristiana a los indios, éstos le llamaban El Enseñador.[12]

El 26 de mayo de 1593, al ser nombrado fray Pedro Bautista embajador de España en Japón, país al que parte el 30 de mayo del mismo año y al cual llegan casi dos meses después, en el mes de julio. Fray Pedro Bautista se acompaña de otros tres frailes a los que nombra agregados a su embajada. Esta embajada estaba compuesta por dos sacerdotes – Fray Pedro Bautista Blázquez y fray Bartolomé Ruiz -, y los religiosos legos fray Gonzalo García y fray Francisco de San Miguel o de La Parrilla.. Los siguientes años le encontramos viviendo en Meako, donde construyeron el convento de la Porciúncula (Convento e Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, inaugurado el 4 de octubre).

En la Semana Santa de 1594, fray Francisco fue nombrado encargado de montar el monumento junto con otros cristianos japonenses que le ayudaban, quienes le preguntaban por las celebraciones de estos días y el Misterio de la Redención, no conociendo bien el idioma, fray Francisco optó por imitar en su cuerpo algunos episodios de la Pasión, así despojándose de su sayal hizo que lo ataran a un pilar de la habitación y fue azotado, con este ejemplo logró la conversión de alto número de habitantes de Meako. También realizó apostolado en las cárceles, predicando la doctrina de Cristo y ayudando a los presos que iban a ser ejecutados a buen morir

En 1582 Taikosama (Hideyoshi Toyotomi, 1536-1598) había tomado control de todo el Japón formando un imperio. El fue al principio favorable hacia el cristianismo, pero cambió en 1587, al ser instigado por los bonzos (en especial por uno de nombre Jacuin). Entonces decretó la expulsión de los misioneros y la demolición de los templos cristianos. Al principio la orden no se aplicó rigurosamente y los misioneros eran tolerados mientras se mantenían en la clandestinidad, vestidos a la japonesa. En esta situación estaban cuando llegó la primera expedición de franciscanos, que inmediatamente comenzó una gran actividad misionera. Allí estaban Fray Pedro Bautista y algunos hermanos de la provincia Franciscana de Filipinas.

En noviembre del 1596 embarrancó en Urando el galeón San Felipe que hacia la ruta entre Manila y Nueva España con Felipe y los otros franciscanos a bordo. Nobunaga, gobernador del lugar, conociendo las riquezas del navío, dio orden de expropiación, y el emperador, para encubrir el robo, promulgó de nuevo en Osaka y Meako el edicto de 1587, alegando que los frailes hacían un proselitismo ilegal y que preparaban una invasión militar. La misma noche del 8 de diciembre de 1596 ordenaba al gobernador de Osaka el encarcelamiento de los misioneros.

Estaba en el Convento de Nuestra Señora de los Ángeles o de la Porciúncula de Meako, también atendía los hospitales de Santa Ana y San José. En este convento fue arrestado, con otros franciscanos en la mañana del 9 de diciembre de 1596. Allí permanecerán hasta el día 30 de diciembre, fecha en que son trasladados a la cárcel pública. Unos días más tarde, 3 de enero de 1597, los mártires fueron conducidos a la parte inferior de la ciudad de Meako y se les cortó la mitad de la oreja izquierda. Después, las víctimas, de tres en tres en las carretas, recorrieron las calles de la ciudad, precedidas del edicto de muerte.

La sentencia decía lo siguiente: “Por cuanto estos hombres vinieron de los Luzones, con título de Embajadores, y se quedaron en Meako predicando la ley de los cristianos, que yo prohibí muy rigurosamente los años pasados, mando que sean ajusticiados, juntamente con los japoneses que se hicieron de su ley; y así estos veinticuatro serán crucificados en Nangasaki; y vuelve a prohibir de nuevo la dicha ley para en adelante, porque venga a noticia de todos; y mando que se ejecute; y si alguno fuese osado a quebrantar este mandato, sea castigado con toda su generación.- El primer año de Queycho, a los diez días de la undécima luna.- Sello Real”.

Se les hizo desfilar por las ciudades de Kyoto, Fushimi, Osaka y Sakay y, en pleno invierno japonés, con tremendas nevadas, emprender, unas veces a pie, otras a caballo y otras en barco, un largo viaje de unos 800 kilómetros hasta el lugar de su ejecución.

Toyotomi Hideyoshi  pretendía aterrorizar a los cristianos, principalmente a los de Nagasaki, la ciudad con mayor número de seguidores de Jesús en todo Japón. El lugar señalado para la ejecución fue la colina de Nishizaka[13], un cerro lindante con el camino de Nangoya, cerca del mar y situada enfrente de la ciudad, que actualmente se venera como Colina de los Mártires. La cruz japonesa consta de dos travesaños clavados a un tronco, y el reo queda sujeto por medio de cinco anillos de hierro, que le aprisionan las manos, los pies y el cuello. La muerte se produce con dos lanzas que, entrando por los costados, se cruzan en el pecho y salen por los hombros.

Así describe el martirio el sacerdote Francisco Martín Martín: “Inmensa multitud cubría las inmediaciones del Calvario de Nangasaki, rodeado de un fuerte cordón de soldados, desde las primeras horas de la mañana del 5 de Febrero de 1.597. Anhelante el pueblo, dilataba su ávida mirada por el camino de Nangoya, temiendo unos y deseando otros percibir la comitiva de los Mártires. Una exclamación unánime de la muchedumbre anunció por fin a las nueve y media la presencia de los Santos y otra de gozo la suprema alegría de éstos, anunció que habían visto ya la ansiada cima del Calvario que los acercaba al cielo. Al contemplarla se animaron los semblantes de los Veintiséis Mártires, se duplicaron sus fuerzas y llenos de Santo entusiasmo saludaban las cruces imitando al Apóstol San Andrés.

El Santo de La Parrilla caminaba al lugar del suplicio completamente descalzo, todo suspenso en Dios, a quien iba a ofrecer su vida; un devoto portugués le quitó una cruz de reliquias que llevaba al cuello, y afirmó con juramento que después que él la llevaba puesta se vio libre de muchas tentaciones que antes le acosaban. Marchaba con paso firme y tranquilo rezando por última vez el Rosario de la Santísima Virgen, llegando al lugar de la ejecución sin hablar una palabra; allí se hallaban seis sajones para cada mártir, por lo cual San Francisco como todos sus gloriosos compañeros, en poco tiempo fueron puestos en las cruces, para sujetarlos a ellas tenía cada una cinco argollas de hiero y con ellas cuando estaban extendidos sobre las cruces, les sujetaron por el cuello, la muñecas y gargantas de los pies, siendo levantadas en alto y colocadas en hoyas casi todas al mismo tiempo.

Un sepulcral silencio reinaba en torno al Calvario ni aún movimiento tenían aquellos millares de espectadores, que convertidos en estatuas de carne humana, no se permitían ni aún respirar. Entonces Fr. Martín de la Ascensión, pronunció sentidísima plática con voz clara y sonora, animando a los esforzados campeones a morir por Cristo; la potente voz del sublime héroe era lo único que se oía en medio del sepulcral silencio. Calló el héroe español y al verle echarse sobre la cruz para ser amarrado a ella un frío glacial crispó los nervios de los espectadores, que aunque conmovidos y anhelantes, continuaron en silencio; pero cuando a la señal convenida se elevaron las cruces y se vieron los santos cuerpos pendientes de ellas, no pudieron contenerse por más tiempo los sentimientos de la naturaleza, una desgarradora exclamación de dolor de los cristianos, retumbando de cerro en cerro y dilatándose por la plana superficie de los mares, voló a anunciar a apartados pueblos la agonía de aquellos veintiséis Mártires del cristianismo.

Al rebasar la línea de soldados que formaban el círculo, un cristiano portugués pidió a nuestro Santo el rosario que llevaba en la mano y como estaba rezando, le dijo “En acabando hermano”. Pero los verdugos no le permitieron concluir de pasar las cuentas que le faltaban y marchó a terminar el rosario en compañía de los ángeles, que recogieron su santa alma para subirla el Reino de los Cielos.

Los PP. Pasio y Rodríguez corrían de una a otra parte la línea que formaban los crucificados, esforzándose en animar llenos de celo y sin temor de ser contados en su número, cuando a unos, cuando a otros, que colocados dos verdugos ejecutores  para cada mártir, casi a un mismo tiempo fueron pasados por dos lanzas, que en forma de aspa atravesaron su pecho y corazón, muriendo en pocos instantes. Poco antes de recibir las lanzadas, Fr. Pedro Bautista comenzó el Benedictus, que continuaron todos, callando a medida que iban entregando su alma al Creador, a impulso del hierro del verdugo, quedando San Francisco sus ojos clavados en el cielo, que eran donde estaban sus nobles aspiraciones mientras habitó en la tierra.

Este espectáculo tan cruel como glorioso, ocurrió a las diez de la mañana del miércoles 5 de Febrero de 1.597, cuando San Francisco de San Miguel contaba con 52 años siendo el mayor de los religiosos crucificados, excitó la compasión y el entusiasmo en los espectadores, que ansiosos de poseer alguna cosa de lo que pertenecía a los invictos Mártires, atropellando a la fuerza armada, y despreciando los repetidos golpes que recibían, subieron al Calvario a mojar lienzos en la sangre de los Mártires, cortar pedazos de sus vestiduras y hasta de sus carnes. El Gobernador de Nagasaki tuvo que desplegar todas sus fuerzas para despejar el Calvario, mandándole cerrar inmediatamente con una alta y fuerte barrera; más a pesar de ésta y de los guardias que pusieron, a los nueves meses del martirio que llegaron los Embajadores de España a pedir los cuerpos de los mártires, ni estos ni las cruces existían ya, porque los cristianos saltaban por la noche la barrera, y poco a poco se apoderaron de tan preciosas reliquias”.

De todos ellos, el primero en morir fue San Felipe de Jesús, paulatinamente se iban apagando las voces de los mártires según eran alanceados, siendo el último de ellos San Pedro Bautista[14].

Es el día miércoles 5 de febrero de 1597. De rodillas y llorando el obispo Pedro Martínez venera los cuerpos de los mártires. 26 mártires (6 frailes franciscanos, 17 franciscanos seglares y 3 jesuitas).

Los cristianos se precipitaron a recoger sus vestidos para tenerlos consigo como reliquias y la sangre para humedecer paños llevados con esta finalidad. Entre tanto Dios glorificaba a sus mártires con ruidosos prodigios.

 Imagen de San Francisco de San Miguel o de La Parrilla que se venera en su localidad natal. Fotografía cedida por Víctor Arranz.

Columnas de fuego sobre las cruces de los mártires:

Distintos testigos afirmaron ver que los viernes, sobre cada una de las cruces de los mártires aparecía una columna de fuego, doble en el caso de Fr. Pedro Bautista. Salían como en procesión y descendían desde la colina donde se encontraban los mártires hasta el hospital de San Lázaro, la casa donde los santos habían vivido, y de allí iban a una ermita de Nuestra Señora donde paraban. 

Viernes, 14 de marzo de 1.597: En la noche de la mencionada fecha, en la parte donde estaban crucificados los santos mártires, apareció una gran columna de fuego, que se dividió en tres partes o columnas. Tras dos horas contemplando este suceso, la columna central se desplazó hacía la Casa de la Compañía de Jesús, donde desapareció. Quedó la noche especialmente luminosa, apareciendo seguidamente en la parte de Oriente otra señal de fuego a manera de rayo, lo mismo ocurría en la parte de occidente, y sobre la ermita de Nuestra Señora multitud de estrellas de distintos colores. Estas visiones duraron en torno a cuatro horas.

Los cuerpos de los mártires no se corrompen: Varios meses estuvieron expuestos en la cruces los cuerpos de los mártires sin mostrar signos de corrupción, permaneciendo frescos y flexibles, e incluso, manando sangre de alguno de ellos (Fr. Pedro Bautista) dos meses después de la muerte. Incluso de este santo se dice que los viernes y sábados se le veía dando misa en la Iglesia y Hospital de Lázaros y que en cierta ocasión, el cuerpo desapareció por varias horas de la cruz. Tres meses después del martirio, sus rostros aparecían resplandecientes.

Las aves carroñeras no tocan los cuerpos: En otras ocasiones, apenas había muerto el reo, malhechores que eran crucificados, las aves carroñeras que habitaban por aquellos parajes, especialmente cuervos, comenzaban a alimentarse de los restos. Sin embargo, con los cuerpos de los mártires, no sólo no se acercaron a las cruces donde estaban, si no que tan siquiera accedieron al cercado donde estaban.

 

BEATIFICACIÓN Y CANONIZACIÓN DE SAN FRANCISCO DE SAN MIGUEL O DE LA PARRILLA

En 1616, siendo Pontífice Pablo V (Camillo Borghese), a instancia de la Orden Franciscana, se inicia el proceso de beatificación de los Mártires de Nagasaki de 1597, dicho proceso culminó el 14 y 15 de septiembre de 1627 con la Ceremonia de Beatificación presidida por el Papa Urbano VIII (Maffeo Barberini) celebrada en la basílica de Santa María la Mayor de Roma.

Fray  Félix de Huerta (entre otros diversos cargos fue Guardián del Convento de San Francisco de Manila) menciona que el 7 de septiembre de 1629 se nombró a los mártires patronos de segunda clase de la ciudad de Manila, por ello se organizaron solemnes funciones para la primera celebración de esta fiesta, destacando la procesión que tuvo lugar el 2 de febrero de 1630 en Manila en las que las diversas comunidades religiosas llevaban en andas las imágenes de los beatos protomártires de Japón desde el Convento de San Francisco hasta la Catedral de Manila, contándose entre ellas la del Beato Francisco de La Parrilla. Las fiestas continuaron los días siguientes: el día 3 de febrero retornando la procesión con las imágenes de los mártires al citado convento. El día 4 por la tarde se celebró en la Plaza Mayor de Manila la primera corrida de toros. Sermones, títeres, comedias, fuegos artificiales se prolongaron hasta el día 9 de febrero concluyéndose este Solemne Octavario. Finalmente, el ayuntamiento de la ciudad de Manila, previa la competente autorización eclesiástica, nombró patrones de la ciudad a los mártires el 20 de mayo de 1631.

El 8 de junio de 1862 fue canonizado por el Papa Pío IX (Juan María Mastai-Ferretti, beato).


[1]  El nombre y apellidos de los padres del Santo les conocemos gracias a Fray Juan Francisco de San Antonio, recogidos posteriormente en la obra de Eustaquio María de Nanclares.

[2] Aunque en el siglo XVI se puede encontrar distintos intervalos de tiempo entre el nacimiento y el bautizo, hay datos que permiten establecer la siguiente media: los bautizados el mismo día del nacimiento sobrepasaban el 58%; los que recibían este sacramento el día siguiente rozaban el 40% y más de 24 horas cerca del 2%.

El día y mes de bautizo lo proporciona Juan Ortega Rubio en su obra Los Pueblos de la Provincia de Valladolid, pero da como año de bautizo 1549,  que no se ajustaría a la edad del Santo proporcionada por distintos cronistas en el momento del martirio.

[3] El Rey Felipe II pide al Papa, en 1593, la creación de la diócesis de Valladolid con obispo propio. La decidida voluntad del Monarca vallisoletano triunfó en esta ocasión y, mediante la bula Pro Excellenti de Clemente VIII, era erigida canónicamente la diócesis de Valladolid el 25 de septiembre de 1595.

 

[4] San Francisco de San Miguel, natural de La Parrilla por Don Francisco Martín Martín, Cura Párroco de  San Andrés de Valladolid. Valladolid, 18 de Junio de 1.934

 

[5] Eustaquio María de Nanclares, 1869. Vidas de los mártires del Japon: San Pedro Bautista, San Martin de la Ascensión, San Francisco de San Miguel, todos de la órden de San Francisco, Naturales de España, seguida de una reseña biográfica de los 22 restantes no españoles, y la de San Miguel de los Santos, Confesor de la Orden de Trinitarios Descalzos.

 

[6] En cuento al sobrenombre adoptado tras la Profesión, cabe mencionar que, por entonces dicho Arcángel cumplía las funciones de Patrono de la Ciudad. Dentro de las procesiones a las que estaba obligado el Regimiento (Ayuntamiento) de Valladolid a acudir era la Procesión de San Miguel de Mayo, por lo que hay que tener presente que esta se celebraría el día 8 de mayo, conmemorando la aparición de dicho Arcángel en el Monte Gárgano (Siponto/Manfredonia, Apulia, Italia) el día 8 de mayo del año 492.

[7] Convento de Scala Coeli, de El Abrojo, convento fundado por fray Pedro de Villacreces, asistido por fray Pedro Regalado, en 1415, Laguna de Duero, Valladolid

 

[8] Historia de la pérdida y descubrimiento del Galeón “San Felipe”, Fray Juan Pobre de Zamora. Edición y Estudio por Jesús Martínez Pérez, ofm. Institución "Gran Duque de Alba" de la Diputación Provincial de Ávila, 1997.

[9] Archivo General de Indias, unidad Catálogos de Pasajeros a Indias: El Comisario fray Pedro del Monte, franciscano, a Nueva España, con los religiosos siguientes:

Fray Miguel de Torregrosa, Fray Francisco del Castillo, del Convento de Alcalá de Henares.

Fray Antonio de San Gregorio, Fray Antonio de la Concepción, del Convento de Paracuellos.

Fray Jerónimo de la Concepción, Fray Francisco de Montilla, del Convento de Yepes.

Fray Francisco Tellez, Fray Bernardino de Jesús, del Convento de Nuestra Señora de Lojito.

Fray Pedro de Esperanza, del Convento de Madrid.

Fray Martín Ignacio, Fray Miguel de Santander, del Convento de Fontiveros.

Fray Diego de San Pedro, del Convento de Martín Muñoz.

Fray Francisco de Santa Ana, del Convento de Ávila.

Fray Esteban de la Concepción, del Convento del Rosario.

Fray Francisco de La Parrilla, del Convento de Medina del Campo.

Fray Juan de Buenaventura, Fray Bartolomé de los Martínez, del Convento de San Francisco del Monte.

 

[10]  Tellechea Idígoras, J. Ignacio: Nagasaki. Gesta martirial en Japón (1597) Documentos. Biblioteca Salmanticensis, Estudios 202. Publicaciones Universidad Pontificia de Salamanca y Caja Duero; Salamanca, 1998. Págs. 268-269.

 

Virgilio, poeta romano, describe los poderes medicinales del ajo cuando cuenta cómo Thestylis exprimía el jugo de tomillo y ajo silvestre y lo administraba a sus recolectores como medida profiláctica contra las picaduras de serpientes; y Plinio, decía que "el ajo tomado en vino, es un remedio para la mordedura de las musarañas". El ajo troceado y mezclado con aceite curará las úlceras purulentas de la cabeza".

[11] Tellechea Idígoras, J. Ignacio: Nagasaki. Gesta martirial en Japón (1597) Documentos. Biblioteca Salmanticensis, Estudios 202. Publicaciones Universidad Pontificia de Salamanca y Caja Duero; Salamanca, 1998. Pág. 275.

 

[12] San Francisco de San Miguel, natural de La Parrilla por Don Francisco Martín Martín, Cura Párroco de  San Andrés de Valladolid. Valladolid, 18 de Junio de 1.934

 

[13]   Por otro nombre conocida posteriormente Colina Tateyama, que significa “Luminosa”, por los sucesos que se pudieron contemplar en ella tras la muerte de los mártires.

 

[14] Agostino Da Osino: “Storia dei ventitre martiri giapponesi” (pág. 231) “Morto Gonzalvo, le lancie de’birri de Fazamburgo s’appuntarono al petto di san Francesco dalla Pariglia. E’stava allora recitando preghiere alla Vergine Immacolata; e alle parole «Dio ti salvi, o Maria piena di grazia» traffito da lancie, emite lo spirito; il queale ricevuto da’suoi confratelli nelle porte del cielo, venne acompagnato dinnanzi al trono dell’ Agnello senza macchia”.